miércoles, 27 de noviembre de 2013
sábado, 23 de noviembre de 2013
Marzo 22, 2011. Madrugada.
Estamos en México, juntos, contentos. Yo me siento
muy alegre, pero me contengo un poco en mis demostraciones de afecto hacia ti;
te beso apenas, tiernamente, tomo tu mano, te sonrío; tú sonríes también, tu
expresión es serena, alegre pero no desbordada, físicamente se te observa
delgada pero saludable.
Viajamos juntos hacia España, durante el vuelo
apenas conversamos pero estamos bien el uno con el otro, sonreímos, nos tomamos
de la mano, sobre todo, nos miramos. Al llegar a Madrid rentamos un auto que
nos llevará a nuestro destino final: Alemania. Estamos aún en estado de ánimo
tranquilo, sereno; aunque es claro el pasado que nos une no lo manifestamos, es
una historia contada y entendida que no precisa externarse más. Al dirigirnos
hacia Alemania conduzco de pronto sobre un camino muy estrecho, apenas da
cabida a un auto, es un camino oscuro, con una hilera de árboles muy frondosos
a cada lado del mismo, es de noche y las luces del auto dan una apariencia
misteriosa al trazo; a ti y a mí nos divierte la situación, comentamos sobre la
simetría de los árboles y bromeamos un poco sobre lo lúgubre del paisaje, pero
no tenemos miedo, por el contrario, la situación nos divierte mucho; tú,
sonríes un poco más y mientras lo haces yo te miro y reparo en lo bien que te
ves, en lo tierno de tu aspecto con un abrigo largo y una mascada alrededor de
tu cuello.
Llegamos finalmente a Alemania, a un hotel; es un
hotel viejo, con decoración antigua pero muy bien cuidado, impecable. En el
lobby nos atiende un hombre uniformado muy atento, me sonríe y me pide que me
registre en un gran libro en el que me sorprende descubrir que no existen otros
registros, el nuestro será el primero. Mientras tú observas los enormes cuadros
que hay en el lobby yo escribo sólo mi nombre en ese libro: “Pepe Tapia”. El
hombre me entrega una llave y cuando volteo hacia ti para dirigirnos a la
habitación te veo con otro hombre, es un hombre alto, bien vestido, parece
extranjero aunque habla español correctamente, me mantengo distante pero los
observo mientras conversan, pareces estar un poco molesta con él; de pronto, él
saca del bolso lateral de su saco un anillo, me doy cuenta que es un anillo de
compromiso, que te está proponiendo en ese mismo momento; me sorprendo pero
permanezco igual, observador.
Tú tomas el anillo y lo lanzas al piso pero sin
violencia, es un gesto de rechazo que parece apropiado, que no lo desconcierta
a él, ni a ti, ni a mí que sigo observando. El hombre no busca el anillo,
simplemente toma tu mano y se alejan los dos juntos. Tú no me ves al irte, lo
acompañas y desaparecen en los pasillos del hotel.
Permanezco unos minutos en el lobby, en la misma
posición, pensativo, sorprendido porque aunque hubo rechazo de tu parte estás
ahora con él, me siento triste pero no devastado. Decido entonces buscar la
habitación que nos asignó el empleado del hotel, pregunto a varios camareros,
doy vueltas y vueltas y no consigo llegar a ella, en ese trayecto, observo muchísima
gente en el hotel, me parece raro dado que el libro de registros no contiene
más que mi nombre; continúo buscando y en esos ires y venires te veo de pronto
caminar, sola, sobre un pasillo que me es inaccesible, en sentido contrario al
mío, tú me ves también, sonríes pero continúas tu andar…
martes, 12 de noviembre de 2013
Te soñé
Te soñé nuevamente, te morías ... ¡Sí! De nuevo, te morías, te ibas, te desvanecías.
¿Por qué te mueres tanto? ¿Por qué cada día? Te mueres en mi mesa, en mi espacio, en mis manos ... ¡Sí! En mis manos, de mis manos, te vas, te mueres, desapareces, te lloro y te lloro y te lloro y te sigues muriendo.
¿Hasta cuándo te morirás? ¿Cuántas veces se puede morir?
Así: te moriste, anoche, de nuevo, en mis sueños: ¿Por qué también en ese espacio? Los construyo, mis sueños, los forjo, te forjo, te doy rostro, voz, sonrisa, sustancia. Pero mueres, te deslizas...
¿Por qué te mueres tanto? ¿Por qué cada día? Te mueres en mi mesa, en mi espacio, en mis manos ... ¡Sí! En mis manos, de mis manos, te vas, te mueres, desapareces, te lloro y te lloro y te lloro y te sigues muriendo.
¿Hasta cuándo te morirás? ¿Cuántas veces se puede morir?
Así: te moriste, anoche, de nuevo, en mis sueños: ¿Por qué también en ese espacio? Los construyo, mis sueños, los forjo, te forjo, te doy rostro, voz, sonrisa, sustancia. Pero mueres, te deslizas...
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