Se sintió entonces devastado, sin ella, sin él en muchos sentidos. Ella había sido todo, había sido alma y esencia, color y gracia, paraje y destino. Con ella había construido caminos, difíciles, abruptos, pero caminos siempre. Nunca supo expresarlo, nunca supo quizás entenderlo, pero ella se convirtió para él en sentimiento único, en trazo inevitable, en guía que controla y define, siempre.
Se dio a ella en muchos sentidos, en
aspectos varios, en circunstancias abundantes; creció junto con ella, fue junto
con ella, inventó lenguajes, formas estéticas, colores plenos, rasgos
individuales, tonos y bases únicas. El matiz siempre fue parte de ellos, nunca
el tono absoluto, siempre en variaciones, jugaban entre sí y construían gamas,
visos de tonos que sólo corresponden a dos, que sólo dos entienden, que solo
dos aprenden al ser creación de sólo dos.
Sus miradas eran sólo de ellos, no había ojo
ni oído ajeno que pudiera descifrar mensajes, que entendiera letras y discursos
que se dicen con sólo mirar, con sólo existir en el otro. Así, surgieron
melodías, frases eternas, códigos sólo de dos, un existir para dos.
La circunstancia genética de ella o los
malos hábitos de salud, o una mezcla de emociones mal manejadas, por ambos, o
el errar médico, quién lo sabe, provocaron el deterioro de ella, minaron su
salud y con ello extinguieron para él alientos, figuras que antes eran deleite
se convirtieron en escaso vivir.
Durante meses él se dedico a vivir, a
acostumbrarse a este andar sin ella; el trabajo, la familia llenaron ciertos
huecos, pero los vacíos esenciales permanecieron allí, acechantes a surgir en
cuanto la debilidad se manifestara. Aparecieron entonces, obsesiones antiguas
cobraron vida, sin sentidos añejos se convirtieron en protagonistas de vida.
Ayudas externas y especializadas hicieron lo suyo, atendieron llamados y
lograron disminuir impactos; lo que antes se manifestaba en angustia extrema
ahora sólo permanecía allí, delineado en su mente, en su alma, pero sin
manifestaciones excesivas. Comenzó a vivir entonces en el límite, sabiendo
controlar excesos pero sin saber apagar pensamientos.
Surgieron también otras voces, voces apenas
propias pero voces. Voces que daban esperanza, que delineaban parajes, que,
quizás, soportaban existencia. Pero su voz interna sabía que aunque era válido
aferrarse a las mismas, no había en las mismas elementos de apego, no había en
ellas ni los componentes ni los valores que él precisaba. Eran refugio único
sin embargo y así, continuó ligado a ellas, con ataduras muy tenues, apenas
visibles, pero sostenedoras de sentido.
Se debatió entonces entre su esencia y la búsqueda
externa, entre lo que realmente le daba coherencia humana y las manifestaciones
en las que nunca supo aparecer, en las que el sutil saber de existir le
permitían estar, pero no permanecer. Eran ésas, reuniones con afecto, sí, con
una cordialidad que él reconocía, pero sin los vuelos, sin los sueños que él,
sólo él y ella, sabían emprender, al menos para si mismos.
Esa búsqueda lo llevó a manifestaciones externas
diversas: personas con las que tejió cierto grado de afinidad, familiares con
identificación cercana, cursos, clases de lenguas, reuniones, e incluso
películas y lecturas que nunca fueron las suyas. En todo ello buscaba
aberturas, promesas de vida calma, de soledad acompañada, de, quizás, sonrisas
compartidas. Había distracciones entonces, atisbos de sociedad que lo
procuraban y que él procuraba. Pero, la esencia permanecía sin salir, sin
emerger hacia otro porque el único otro en el que encontraba cabida, ella, no
estaba más.
Al no cristalizar búsquedas, la tristeza, la
soledad, la angustia y la depresión fueron apareciendo en ciclos; ires y
venires alternados que él combatía con estoicismo, con un espíritu que, más que
forjado, proviene de esencias humanas, de códigos genéticos que la
supervivencia siembra en cada uno... Resistió entonces, embate tras embate,
soledad tras soledad, pérdida tras pérdida. Resistió y buscó y rebuscó y en
cada atisbo emergía en él la certeza, el sentimiento de no encontrar pares,
empates.
Pasaron así días, meses enteros en los que se
procuraba a sí mismo, se buscaba en ella en persecución frustrada por
definición. Pero, en ese transcurrir se dieron atisbos, brotes de sabiduría que
su mente fue registrando de a poco, en dosis pequeñas pero que finalmente
probaron efectividad. Había, hasta entonces, buscado fuera lo que sólo en él y
ella existían; no tenía sentido escudriñar afuera lo que se tiene dentro; la
exploración externa no podía brindar recompensas si lo buscado está en otros
ámbitos, en rincones íntimos y propios. No había forma entonces de que lo ajeno
se transformara en esencia propia.
Algo comenzó a transformarse en él, todavía no
calmo pero sí esperanzado ante el asombro de descubrir algo verdadero dentro,
puso en marcha fuerzas y recursos todos. Estaba decidido, resolvería en un día
lo que había tardado meses en comprender. Dejaría, aunque sin aislamientos, de hurgar en otro y se
sumergiría en sí mismo, pero sería una introversión diferente a las previas;
hasta ahora sus soledades las había vivido sólo en tristeza, en desesperanza,
pero ahora, sería una introversión rica, pródiga en descubrimientos y,
finalmente, en serenidad.
Decidió tomar entonces un rumbo que, aunque
ahora era estrategia obvia, había permanecido alejado de su mente, de sus
pesquisas: decidió buscarse y buscarla dentro de sí mismo. Consciente de
riquezas internas puso en marcha su propio tratamiento. Se ensimismó durante
dos días, dos días en los que apenas escuchó otras voces, circunstanciales
todas, necesarias sólo en el acontecer cotidiano. Se refugió en casa y estuvo
consigo mismo en esencia alegre, en esa esencia donde ella y él lo eran todo,
en esos sitios que ellos visitaban y en los que no importaban profundidades,
sólo existires juntos, sólo sonrisas. Miro su fotografía, la fotografía ésa, y
otras, en donde la había visto tantas
veces, sumido en tristeza; la miró entonces pero esta vez observó más que ojos
y rostro y labios, esta vez logró entrar dentro de esa esencia, traspasó
miradas y se refugió en
habitaciones incorpóreas. Miró
sus rostro fijamente hasta que sus ojos perdieron foco, hasta que la visión se
desdibujó, cerró entonces los ojos pero continuó mirándola, continuó percibiendo
la esencia de ella, toda en él, toda con él. Sintió nuevamente el intercambio
sublime que los había caracterizado en sus momentos mejores, detectó nuevamente
esas eternidades hechas de instantes y tuvo certeza entonces de que, de ahora
en adelante, con sólo pensarla, con sólo cerrar los ojos y evocarla tendría
esos vuelos para sí, esos andares para siempre, volvería a sonreír
despreocupado, echaría mano de vida y coleccionaría nuevos instantes a partir
de la vivencia evocada de instantes pasados.
Se sintió pleno nuevamente y por primera vez desde
que ella cayera enferma. Ella que ahora era sólo esencia alegre y profunda,
ella que ahora podía estar con él siempre, ella a la que podía sentir cuanto
quisiera; sin importar dónde estuviera o en qué actividad estuviera envuelto,
bastaría con cerrar brevemente los ojos y allí, aparecería ella, eterna,
siempre.
Podía vivir ahora tranquilo lo que le esperara por
vivir, nunca más solo, nunca más ausente o triste; lleno sí, pleno también, de
ella, de los dos, de lo que siempre forjaron, de lo que siempre sintieron, de
lo que entretejieron juntos y permanece inmanente a ambos, a los dos, a ellos
dos, siempre. No más preocupaciones, culpas o añoranzas, no podría ahora añorar
lo que ya tenía, lo que le pertenecía para siempre, eso que nada ni nadie puede
arrebatar porque es luz eterna, llama vida y perenne, fuego que prende y
alimenta.
“Uno en dos”, siempre lo decía, lo había repetido
intensamente sin comprenderlo en realidad, pero ahora la verdad se hacía
presente, eran uno en dos y en uno a la vez, el uno en la otra y en espejo,
mezclándose, confundiéndose; una esencia única que no se separa más, que fluye
junta porque una es, porque ente único es. Ahora, él era ella y ella en él;
finalmente lo tenía todo...
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