miércoles, 16 de febrero de 2011

Una constancia para Jolita, siempre Jolita!

Un caminar difícil

que en sostenido asciende.

Un anhelar vehemente

que intensa fe defiende.

Tu mano siempre dispuesta,

tu rezo siempre benigno,

tu espera siempre presente,

recuerdos, clave del sino.

El presagio, cumplido:

“Alcanzarás tu reflejo

y convertirás tu estela,

será festejo el momento

y sonrisa, primavera.

Y compartiéndote toda

reconocerás el verso,

y el sonido de tus voces,

será compás y alimento”.

Desprendimiento

Es tan triste,

es de tomarse en cuenta,

reflexionar,

cerrar los ojos,

voltearse y caminar.

Dar la espalda a la espalda,

poner más piedras,

el muro ya está construido.

Es ser en uno y sólo en uno,

uno sin otro,

sin miradas, sin brazos ajenos ...

sólo uno solo.

No importa que no haya nido,

nunca lo hubo.

Si te desprendes del ramaje,

sales del árbol,

si cruzas ríos,

encuentras desiertos,

si tu rumbo se aventura en océanos,

se pierde en cráteres.

Nada queda, nadie queda,

la luz propia se magnifica

y la vida se da en introversión.

La tristeza se anida entonces

en ojos, manos y trazos,

no queda más,

no hay circunstancia que habitar,

no hay hilos que tejer.

Sé entonces, sólo sé,

que el ayer será futuro,

será pozo y será piedra.

Esperanza desvanecida


El tráfico denso del mediodía, ruido, gritos, virajes abruptos...nada me perturba, conduzco ausente, meditando, sobrellevando el peso de pensamientos asociados en los que el dinero aparece una y otra vez como actor ególatra. El fin de mes se aproxima y con él, el inicio de estrecheces, pagos aquí y allá. El rojo, la anciana, lo que sea su voluntad joven, no, no traigo cambio; su mirada y mi inusitada generosidad: 50 pesos por una sonrisa y los ojos más grandes de la mañana...Dios se lo pague.

¿Qué hacer?. Sigo conduciendo, aquí es. Un escritorio más, una solicitud más por llenar, por favor haga cola y espere a que le llamemos, ¿trae su foto tamaño pasaporte?, no señor, usted ya rebasa la edad, no señor, usted está por debajo de las calificaciones mínimas, no señor, era la última vacante, no señorita, usted no entenderá nada hasta que dentro de muy poco se enrole aquí, detrás de mí.

Es hora de comer, no más tortas, hoy el altruismo y el lujo –dizque- se aparecen de la mano. El restaurante, la barra de las soledades y las miradas de soslayo. Aquel viejo con el mirar tristísimo, aquel otro con el mirar perdido, aquella mesera esperando que este día termine para que empiece el siguiente y termine de nuevo, soledades que Dios hizo y ellas se juntan con cualquier pretexto, comer por ejemplo. No, no más café, fue suficiente con lo tomado, la cuenta por favor, pago y me voy.

Anímese joven, dicen que la edición de la tarde la lee menos gente y a lo mejor ahí sí encuentra, sí Don Héctor gracias, deme los dos. ¿hoy sí le juega?, no don Héctor, mi abuela decía que si la suerte llega, se viste de boleto encontrado en el suelo. ¿Para qué jugar? Mi profesión y las probabilidades aprendidas dicen que es una locura, he calculado la esperanza del sorteo: negativa, las oportunidades: una en millones, las desilusiones: millones de una en una. La señora con tres kilos de tortillas en forma de billete y mi convicción racional de que ese mundo es volátil y debe evitarse.

La hora ciega le dicen, el crepúsculo tímido ante el morir del día provoca en mí melancolía, prueba de diseño de vida fallido, cualquiera que haya sido el diseñador. Estos pasajes citadinos que tanto me hieren y tanto me atraen, la anciana convertida en joven caminante de banquetas, los viejos transfigurados en revoltoso accionar sobre los muros ajenos, son mi futuro quizás. ¿Qué onda carnal? Coopérate pa´ las chelas, no traigo mi buen, ahora sí estoy seco, chale, ahí pa´ l´otra... La esperanza que insiste en su postura migratoria.

Vence la noche finalmente y en mi voyeurismo extremo sigo percibiendo mi ciudad. Espío letrinas y atisbo rincones hechos basurero. Aprendo cómo tres cartones se vuelven inmensos lechos, cómo la sección cultural arropa de vientos y lluvias, descubro que hay ambrosías que el ser humano deja en cilindros grises y me asombro y me deleito al ver que existen moteles sin paredes y sin prejuicios.

No soy ajeno a ciclos, así que mi cuerpo vencido por el caminar nocturno quiere dormir; quiere estrechar almohadas eternas y excavar pozos interminables. Subo al auto, mi habitación de los últimos meses, conduzco nuevamente sin conciencia hacia mi cobijo diario, aquí, el parque. ¿Qué pasó joven, ya a dormir tan temprano?. Sí mi poli, ahí le van veinte, mis últimos, ok, aquí le echamos un ojo, cierre sus puertas.

Observo al ave sobre la rama y envidio su transcurrir; ¿dónde dejé mis alas, cuál de todas esas aves seré?. Me duermo con la apuesta de que mañana no habrá periódicos, ni platos largos, ni fortunas prometidas. No más baños públicos; a mí, ya nada me limpia ...