martes, 11 de marzo de 2014

Dios y Satán

DIOS: Sí, lo sé, hay aspectos sueltos en su naturaleza, pero eso no significa que puedas aprovecharte de esas flaquezas para generar tanto conflicto, el hecho es …

SATÁN: El hecho es que más que un rebelde soy un descubridor, un detector de fallas, y por eso te molestas tanto. He demostrado tus fallas en la famosa creación; no lo niego, el cuerpo humano es fascinante, como el del resto de los animales que creaste, los vegetales, minerales, desiertos, playas, planetas … todo es digno de alabanza. Pero ante tal perfección, es francamente asombroso cómo dejaste cabos sueltos en el ser humano, en su alma, su empeño y su conciencia. Me pregunto, ¿por qué no los hiciste como los peces? Habría paz, tranquilidad y sólo se atacarían y destruirían por naturaleza, no por deporte, dime ¿por qué?

DIOS: Tocaré ese punto, pero no desvíes el tema central. Es decir: tu aprovechamiento de flaquezas para tejer enredos, para forjar entrecruces que ya se volvieron imposibles de solucionar. Yo y sólo yo tengo injerencia en lo que yo creé, ¿a qué principio te sujetas para instigar y poner sebos antes seres menores que apenas han logrado crecer?, ¿a partir de qué te conviertes, como tú dices, en el descubridor de mis fallas? ¿por qué en lugar de descubrirlas no las obvias y trabajas, como lo ordené, en sobreponerlas?. ¡No!, el tema no son mis fallas –si las hay-, el tema es tu atrevimiento, tu rebeldía aunque la disfraces de descubrimiento, tu desviación de lo que claramente solicité, tu ayuda en mi plan original, no tu iniciativa atroz.

SATÁN: Debiste haber trabajado ese día siete. No me culpes ahora de haber sido laxo y no determinado, no soy yo el provocador de flaquezas, soy un simple lente que las magnifica quizás, pero no su creador; su creador eres tú, como de todo lo demás. Faltaba ese día para pulir al engendro.

DIOS: ¡Calla! No tienes el fundamento para enarbolar tales hipótesis. No conoces el plan, el guión divino que define cada etapa, cada ciclo humano. ¡No lo conoces, nadie lo conoce!

SATÁN: Quizás, pero ¿quién si no tú concibió ese guión tan débil? ¿Quién, si no tú dejo vacíos enormes? ¿Quién, si no tú debió prever que un ángel como yo podría levantar piedras, cavar hoyos y dejar emerger males y pecados? Insisto: no soy creador ni provocador, sólo descubro.

DIOS: Las debilidades y omisiones que tú señalas fueron, por una parte, diseñadas a priori, establecidas como reto, como camino empedrado por el cuál el hombre tendría que vagar y superar tropiezos, como prueba de que ese hombre cuya perfección física señalas, podría ascender peldaños, todos, y lograr otras perfecciones; hay pruebas de ello, hay hombres que se elevan por encima de los otros ¡y de ti! y emergen según ese plan, ellos son prueba divina, con tan sólo uno de ellos se demuestra mi plan, dado que todos son iguales y por ende capaces de lo mismo.

SATÁN: ¡No, no, no! Esos seres a los que aludes, esas almas rectas que tanto orgullo te dan no son ejemplo de crecimiento, sino de sometimiento. De todos ellos, no hay uno solo que sea tan feliz como aquél pez que nada en ese estanque, como aquélla ave que se convierte en ti y en mí y engulle el cielo entero.

Sócrates, sentado en una piedra y escuchando apenas esa conversación ajena, piensa: “¿Es entonces materia de mérito propio, de sufrimiento pero crecimiento? ¿O bien, de desvanecerse en uno mismo, de irse y quedarse, de volar y dormir?

jueves, 6 de marzo de 2014

Escena amarilla


Es una casa muy parecida a la de mis hijas, por lo menos la sala y el comedor. Estamos sentados tú y yo en esa mesa, la del comedor y en uno de los sillones de la sala hay dos hombres, no los conozco, no reconozco su físico, pero sé que son amigos nuestros.

Tú estás ese día radiante, física e intelectualmente. Comienzas a hablar de pronto de una de las escenas de la película “El hijo de la novia”, aquella argentina que tanto nos gustó. Tu hablar es no sólo certero y cautivante, es rapidísimo, ligado, congruente. Exaltas tal o cuál diálogo recitándolo de memoria, haces notar tal o cual actuación y las repercusiones de los gestos y el lenguaje corporal del actor. Esos amigos y yo, simplemente te vemos, atónitos, asombrados de tu discurso, de ese monólogo que nadie se atreve a interrumpir. Tú, firme, segura y lo mejor: sonriente y cálida. Hilas una idea con otra, una opinión con otra.

Yo me siento maravillado al observarte, feliz, concentrado en tu habla y en tu mirada. Los dos amigos, juntos el uno del otro, también te escuchan, observan y callan.

De pronto, como si el asombro no fuera suficiente, anuncias: voy a cantar. Te volteas, hay un piano pegado en la pared (como lo hay en la casa de mis hijas) y comienzas a tocarlo con tal fuerza, con tal vehemencia que el azoro es todavía mayor en nosotros. Escucho las notas, veo tus manos presionando fuerte el piano, con fuerza sí, pero con talento, con sensibilidad. Tu canto también es sorprendente, preciso, entonado, cautivante.

Miro de soslayo a los dos amigos: siguen pasmados.

Y yo, sigo contento, cerca de ti, gozando todo lo que tú eres ...